Tertuliano

Ciertamente, esta es la obra más importante de Tertuliano, escrita en el año 197 y dirigida a los gobernantes del Imperio Romano. Tertuliano nació en Cartago en el año 155 d. C. y allí ejercía su profesión de abogado cuando, en el año 193, se convirtió al cristianismo y comenzó a trabajar como catequista de la Iglesia. Su inteligencia y su sólida formación jurídica quedaron claramente demostradas en esta obra, en la que defiende a los cristianos, apelando a su derecho a la libertad religiosa, ante el cruel y perseguidor Imperio Romano. Sus argumentos se exponen de forma lógica y polémica, con el objetivo de convencer a las autoridades a las que se dirige, cuestionando la "justicia" aplicada contra los cristianos, transportando la apologética del terreno filosófico al jurídico."Con admirable habilidad, Tertuliano censura los procesos legales en boga del Poder del Estado 'gentil' contra los cristianos: el delito de 'nomem christianum' (='nombre cristiano') es suficiente para traer la condena. A todos los delincuentes se les concede el derecho de defensa; a los cristianos no. Para ellos, la tortura trata de extraer una confesión; para los cristianos, una apostasía. Las malvadas sospechas difundidas contra los cristianos, Tertuliano las rechaza como mentiras, exponiendo en contraposición lo esencial relativo a la fe cristiana y a la vida de las comunidades. En conclusión, declara que el cristianismo es una filosofía; pero los filósofos gentiles no están obligados, como los cristianos, a sacrificar y pueden incluso negar a los dioses impunemente. Sin embargo, las crueldades de los gentiles no dañarán a los cristianos; al contrario, 'la sangre de los cristianos es como la semilla que brota'" ()."Pocas veces un discurso de defensa cristiano ha conocido tal precisión de los argumentos jurídicos, tal rudeza de la ironía, tal dureza de la lógica, donde los argumentos se dan como golpes directos, fórmulas martilladas, dilemas ineludibles, sin concesiones a la posición de los poderes públicos o de los filósofos. Para él [Tertuliano] no basta con convencer al adversario: lo aplasta, lo pisa, lo humilla" .